martes, 19 de mayo de 2009

DIFERENCIAS

El FMLN y Mauricio Funes han terminado por admitir lo evidente: que tienen diferencia de criterios. La existencia de tales diferendos no solo es completamente normal sino que, además, es un signo positivo en cuanto a la vitalidad de una relación política determinada por coincidencias generales y enfoques particulares no siempre ni necesariamente comunes. El problema es que el afán por ocultar las divergencias produjo un margen de ambigüedades y silencios desconcertantes.

En una entrevista publicada recientemente por el periódico digital Contrapunto, el dirigente efemelenista Roberto Lorenzana asegura que, aunque Mauricio Funes se afilió formalmente al FMLN, es más bien un aliado del partido. Esta es una afirmación muy reveladora en la medida en que entendemos que mientras la militancia supone unidad ideológica, la alianza solo exige alguna coincidencia política. O como lo diría Dagoberto Gutiérrez: solo hay unidad entre iguales; solo hay alianza entre diferentes.

Pero, en esa entrevista, Roberto Lorenzana señala algo todavía más revelador en cuanto a la relación entre el FMLN y el presidente electo: “Es una alianza positiva, pero que debió delinear muchas cosas previamente y no lo hizo. Los niveles de confianza y de buena fe se impusieron siempre de manera recíproca. Muchas reglas del juego que debieron construirse antes, se están construyendo hasta ahora”.

La ausencia de delimitaciones claras y precisas, en cualquier asociación de la naturaleza que sea, origina desencuentros, impone aventuradas improvisaciones y, lo más grave, instala en el horizonte de la sociedad en cuestión el riesgo latente de la ruptura. Por supuesto que ese riesgo no constituye una fatalidad, y que es perfectamente conjurable mediante una prudente administración de los diferendos. Pero ante todo es preciso reconocer la existencia de una falla de origen como fuente de las dificultades, y una vez reconocido esto dejar de avanzar a tientas y ciegas y poner por fin en claro las reglas del juego.

No se trata entonces de buenas o de malas intenciones, ni de “oscuras conspiraciones de perversas fuerzas externas”; se trata más bien de principios claros y de la aplicación de métodos correctos o incorrectos en la construcción de una alianza política a la que, por definición, no puede ni debe exigírsele el mismo comportamiento que, por ejemplo, a la unidad ideológica. Y, sin embargo, es precisamente esto último lo que ha estado ocurriendo en algunos sectores de izquierda que han comenzado a manifestar desconfianzas anticipadas ante el futuro gobierno.

De hecho, en las últimas semanas, esos sectores han desatado un furibundo ataque contra la cabeza del grupo denominado “Amigos de Mauricio Funes”, sin advertir que estos no son militantes del FMLN ni están obligados a actuar como si lo fueran. Son aliados con diversidad de trayectorias y de intereses y, como agrupamiento, constituyen una parte fundamental del capital político del presidente electo. En consecuencia, al golpear a aquellos inevitablemente golpean a este. El desenlace de una situación semejante, si persiste, es perfectamente previsible.

El estratega político que explica su fracaso alegando que no se firmó antes un protocolo de entendimiento entre las partes se encuentra en la misma situación que el jefe militar capturado que le dice a su enemigo: “Si yo hubiera tenido balas esto no hubiera ocurrido jamás”, y el captor le responde: “¿Y quién le ha dicho a usted que puede venir sin balas a una guerra?” Es decir, lo que ahora aparece como causa principal de un desencuentro entre el FMLN y Mauricio Funes, las cuotas en el gabinete de gobierno, en realidad solo es una de las consecuencias, y no de las más relevantes por cierto, de aquella falla de origen que ya se ha señalado. Es ahí donde está el problema y su posible solución.

Escrito por Geovani Galeas/ Columnista de LA PRENSA GRÁFICA

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