martes, 5 de mayo de 2009

FALSOS PROFETAS

El discurso del presidente electo en el acto político del día de los trabajadores dejó algunas notas confusas, sobre todo en referencia a sus también confusas relaciones personales y políticas con el partido que lo llevó al poder, o con el partido al que el candidato llevó al poder, según como quiera verse, porque esta discusión está todavía vigente y es, en sí misma, expresión del problema que se intentó negar en el discurso.

Por pereza o por falta de colmillo de los camarógrafos, no nos quedó claro a quién se dirigió el presidente electo en la plaza Gerardo Barrios cuando se volteó hacia un costado de la tarima, con el tono bien pautado y con el dedo levantado, en gesto de pontificia reprimenda, asegurando que “no sólo con la ANEP” se había reunido. En los instantes previos, las cámaras habían enfocado en ese sector a los dirigentes del Frente, pero el detalle no quedó del todo claro.

Tampoco hemos podido confirmar la precisión de las palabras que le atribuyeron los despachos de prensa al futuro presidente, porque en la página oficial del FMLN en Internet no se reprodujo el texto de su discurso. Para sorpresa nuestra, la pieza que levantaron ayer fue un comunicado oficial del partido, con fecha 1 de mayo, mientras que en la sección de “últimos videos”, la pieza más reciente que pudimos ver fue un “microprograma de Mauricio Funes”, fechado el 19 de noviembre del año pasado. A buen entendedor, pocas palabras. No es que sea inaudita la diferenciación de discursos entre el partido de gobierno y el futuro gobernante, pero tampoco es lo más normal en situaciones de liderazgo inobjetable.

De igual manera, se quedó en el limbo el destinatario de la referencia a los “falsos profetas que nunca estuvieron presentes ni acompañaron las luchas del pueblo y que ahora se autoproclaman redentores del sufrimiento”. La frase fue dura y enigmática, pero también fue problemática, porque aplicada al período más álgido y prolongado de “las luchas del pueblo”, podría referirse a unos cuantos de los que seguramente o muy probablemente asumirán los principales cargos del próximo gobierno.

La única referencia clara e inequívoca fue la que hizo a “grupos de derecha asustados por su triunfo”. A estos grupos -que tampoco sabemos cuáles son, porque toda la derecha lo ha tratado con mucha deferencia y poco susto- los acusó de querer dividir a la izquierda”, de “atentar contra la unidad de la izquierda” y de “poner en duda su afinidad y lealtad con el pueblo trabajador”.

La actitud defensiva del presidente electo quizá fue un tanto excesiva. Sus acusaciones también. Tal vez haya sectores de la “Intifada” que le han estado dando muestras de desconfianza, pero la mayor parte del “movimiento social” y la mayor parte de sectores del país han expresado más bien una entusiasta esperanza en el nuevo gobierno. La gente más sensata no está dudando del compromiso del nuevo presidente con “el pueblo trabajador”. El problema no está ahí. Tal vez con el paso del tiempo haya algo de frustración, porque como bien comprenderá el presidente, con su extraordinaria lucidez, es más fácil criticar que gobernar. Por ahora, sin embargo, el problema de la transición está en otra parte. Está, para decirlo pronto, en la relación política que debe construir o fortalecer el presidente con el partido de gobierno.

En este campo, el mejor consejo que podemos dar al futuro presidente, aunque no nos haya pedido ningún consejo, es que no niegue los problemas. Nadie le pide que los exponga a los cuatro vientos. Todos entendemos que son problemas delicados, porque la contradicción y el conflicto son inherentes al cambio. Al país no le conviene que el presidente haga un mal gobierno. Y tampoco le conviene que el Frente piense o sienta que perdió el poder en el acto mismo de conquistarlo. No hay más remedio que enfrentar las diferencias, porque son naturales, porque pueden ser positivas, porque su resolución es crucial para el futuro del país y, sobre todo, porque son diferencias evidentes.

Si el presidente electo insiste en negarlas o en distraer la atención acusando a la derecha, comenzaremos a creer que no se entera de lo que pasa a su alrededor, lo que sería muy mal presagio, o peor aún, comenzaremos a creer que no nos dice la verdad. Y eso sería un presagio aún más sombrío para la presidencia de un hombre cuyo bien cultivado prestigio todavía descansa más en las palabras que en las obras realizadas.

Salvador Samayoa

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