miércoles, 18 de febrero de 2009

EL SÍ DE LOS VENEZOLANOS

Al pensar en un título para esta columna, han gravitado en las profundidades de mi inconsciente el título y el argumento de la célebre comedia de Leandro Fernández de Moratín, escrita en 1801, representada por primera vez en 1806 y posteriormente censurada por la Inquisición.

La asociación espontánea de ideas se puede dar por semejanzas o por contrastes. “El sí de las niñas” es una obra de crítica a las convenciones sociales de la época, particularmente al abuso de autoridad de los padres que obligaban a sus hijas a tomar por marido al mejor partido económico. El sí de los venezolanos es, por el contrario, una proclamación del derecho del pueblo a someterse a perpetuidad a abusos de naturaleza mucho más grave.

A diferencia de las jóvenes de la época de Moratín, a los venezolanos nadie los obligó a vincularse con su presidente hasta que la muerte los separe. Podemos asumir que la mayoría de los que votaron por el “sí” a la reforma constitucional lo hicieron libremente, aunque no necesariamente con una clara conciencia de todas las repercusiones.

Las divagaciones me llevan a otros elementos de contraste. La obra de Moratín se divide en tres actos: el anochecer, la noche y el amanecer, la de Hugo Chávez podría quedarse en el segundo acto. Inexplicablemente, puesto que su obra fue un éxito muy sonado, Moratín desapareció de la escena después del “sí”; los planes de Chávez son un poco diferentes. Ha llegado para quedarse, porque está convencido de que solo él tiene la capacidad de sostener el esfuerzo revolucionario por el tiempo que sea necesario.

Hay que reconocer que el referendo se llevó a cabo ordenadamente y con un elevado nivel de participación ciudadana. Mis felicitaciones al pueblo de Venezuela, especialmente a los que se atrevieron a desafiar al caudillo. Y a quienes piensan que el referendo es prueba suficiente de una democracia vigorosa, hay que recordarles que en algunas de las peores dictaduras, también se realizan consultas populares a la medida del dictador.

Tal como lo han señalado en incontables ocasiones y muy atinadamente los movimientos de oposición a regímenes de derecha, la democracia es mucho más que la realización de votaciones, y la libertad exige mucho más que la mera ausencia de bayonetas en los momentos en que el pueblo acude a las urnas para expresar su voluntad.

La democracia es el predominio de la voluntad de la mayoría, pero con respeto a los derechos de la minoría. Por ahí se nos queda bastante corto el coronel, con su discurso amenazante que convierte en enemigo de la patria y persigue a todo aquel que ve las cosas de diferente manera.

Y se nos queda también bastante corta una democracia en la que el caudillo concentra, aunque lo haga legalmente, todo el poder del Estado, comprando voluntades con un magnánimo populismo y despojando de sus derechos políticos, económicos y sociales a cualquiera que se atreva a disentir y a cualquiera que se sustraiga del juego en el que el beneficio de los servicios públicos solo se puede obtener a cambio de adulación y lealtad incondicional.

Hugo Chávez es hijo de una democracia que se durmió en sus laureles y se volvió autocomplaciente, tomando equivocadamente su longevidad como signo de fortaleza; es el engendro de un sistema de partidos políticos que, insensible frente a las necesidades de la población, convirtió la alternancia en una forma más o menos equitativa de distribuir prebendas entre los principales grupos dominantes dentro de un esquema de desarrollo económico excluyente.

Hugo Chávez cuenta con el sólido respaldo de un considerable segmento de la población que se hartó de la exclusión y de la corrupción, gente que por mucho tiempo se dará por satisfecha con la benevolencia arbitraria del populismo, siempre y cuando les llegue algún beneficio de ella y se les alimente la ilusión de protagonismo en la consolidación de un régimen que entiende la justicia simplemente como una vuelta a la tortilla.

Hay grandes diferencias entre los dos países, pero no me digan que no tenemos nada que aprender de Venezuela. Tampoco me digan que de esa triste experiencia se puede extraer solo una lección. ARENA y los demás partidos políticos deben asumir un compromiso serio con el fortalecimiento institucional, el combate contra la pobreza y la erradicación de la corrupción. De nuestra parte, los ciudadanos debemos fijarnos bien dónde ponemos la mirada para encontrar las mejores soluciones sin poner en grave riesgo la libertad y la democracia.

Joaquín Samayoa/ Columnista de LA PRENSA GRÁFICA
http://www.laprensagrafica.com/index.php/opinion/editorial/18727.html

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