miércoles, 1 de abril de 2009

¿DE QUÉ CAMBIO ESTAMOS HABLANDO?

La palabra cambio ocupó un lugar privilegiado en la campaña del ahora Presidente electo. La batalla del continuismo versus el cambio fue ganada por este último, y fue precisamente eso lo que tiene a Mauricio Funes a las vísperas de entrar a la Casa Presidencial. Su mensaje de cambio caló en el ánimo ciudadano, o más bien, se armonizó con un sentimiento que desde hace mucho tiempo se palpaba en distintos ámbitos de la vida nacional.

Luego del triunfo del FMLN ha quedado en el ambiente un aire de esperanza y un nivel de expectativa que, si no son bien administrados por la nueva gestión presidencial, pueden convertirse, a la vuelta de la esquina, en su principal dolor de cabeza.

Por eso es importante que nos aclaremos todos de qué cambio estamos hablando. ¿Es solo de un cambio de partido en el gobierno o es un cambio en la forma de hacer gobierno? ¿Es un cambio de modelo económico o un cambio en la orientación de la política económica? ¿Es un cambio en los poderes fácticos que tendrán ahora el poder sobre el Estado o es un cambio en la forma de ejercer el poder? ¿Es un cambio grande o es un cambio pequeño? ¿Es un cambio profundo o es un cambio superficial?

Si el Presidente Electo, su equipo y su partido no nos aclaran rápidamente estas dudas, las expectativas ciudadanas seguirán creciendo como la espuma con sus correspondientes amenazas para la estabilidad y la gobernabilidad futura.

Por eso es imprescindible situar las posibilidades de cambio en su justa dimensión.

En política se vale ser idealista, pero es más importante ser realista: ¿Qué es posible cambiar en los próximos 60 meses?

Las noticias de la semana anterior nos confirman lo que ya todos sabíamos pero que no se había querido decir por estrategia electoral: las arcas del Estado están vacías. Tan vacías que los pagos de los subsidios a la energía, al transporte y las devoluciones de la renta no podrán ser honradas.

La recaudación fiscal se ha reducido, el consumo se ha contraído, las ventas han bajado y – según la presidenta del BCR – el país se proyecta con una tasa de crecimiento cercana a cero. Lo quieran aceptar o no, El Salvador está por ingresar a la lista de países declarados en recesión.

Afuera las cosas tampoco pintan bien. La opción de salir al mundo en busca de recursos financieros para fortalecer la economía local existe, pero su puerta entrada es muy limitada. Ya instituciones como el BID y FMI han anunciado que crisis también los golpeó, y es lógico pensar que los flujos de préstamos y de cooperación hacia los países en desarrollo tenderán a reducirse en los próximos años.

De la banca internacional mejor ni hablemos, basta ver cómo los planes de rescate en los Estados Unidos continúan aumentando y aumentando sin que la crisis financiera logre solventarse. Así de cruda es la realidad que se impone al inicio de la nueva gestión presidencial y en este contexto hay que entender y exigir los cambios posibles.

Será muy difícil esperar grandes cambios estructurales en estas condiciones, no se vislumbran grandes proyectos de inversión pública, ni grandes ampliaciones en la oferta de servicios públicos, ni cuantiosos aumentos salariales, ni nada grandilocuente en estos tiempos de restricción. Pero sí es posible exigir otro tipo de cambios, unos que probablemente tengan menor impacto económico en el corto plazo, pero que pueden servir de base para construir un modelo de gestión gubernamental más incluyente, más solidario y más democrático.

La reforma del Estado, la modernización de la administración pública, la reforma del sistema electoral, la adopción de una política inequívoca de transparencia y rendición de cuentas, son medidas de alto valor político y que no requieren mucho dinero. Un cambio en la forma de hacer gobierno y ejercer el poder es posible aún en medio de la crisis y ojalá que exista la voluntad para hacerlo.

“Lo único constante es el cambio”. Esta frase la escuché de un profesor de biología hace ya más de 10 años, y aunque en esa ocasión fue utilizada con fines académicos, una década después sigue vigente como forma de sintetizar ese proceso continuo de transformaciones que caracteriza a los seres humanos y a las sociedades.

Con base en esta afirmación podemos convenir que el cambio es un proceso permanente que no tiene horizonte definido; pero acotarlo, definirlo y precisarlo es, a mi juicio, una necesidad y uno de los principales retos del nuevo Presidente de El Salvador.

Por Giovanni Berti, publicado en El Faro

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