sábado, 7 de marzo de 2009

DÉ LA CARA, SALVADOR

Jamás imaginé que mi recensión crítica del libro autobiográfico de Salvador Sánchez Cerén, Con sueños se escribe la vida, iba a despertar tantas pasiones encontradas. En cuestión de semanas, a este servidor le han hecho llegar mensajes de simpatía y felicitación, pero también epítetos gratuitos y acusaciones. ¿Extraño? No, desde luego. Toda postura firme y clara tiene, en medio de una dura batalla electoral, defensores y detractores. A estos últimos, sin embargo, nunca está de más pedirles un poquito de altura. Veamos.

En días recientes fue publicado en LA PRENSA GRÁFICA un campo pagado firmado por varios personajes. En esta página se me acusaba de formar parte de una campaña caracterizada por “un sectarismo ideológico propio del totalitarismo”, y en la que supuestamente estoy denunciando una “agenda oculta” alrededor del candidato Sánchez Cerén.

Para estos respetables señores –a varios de los cuales no tengo el gusto de conocer–, mi participación intelectual en esta contienda solo puede explicarse por dos motivos: o me encuentro “anclado en épocas ya pasadas”, o simplemente soy “un plumífero” que uso la palabra “como arma para extender el miedo”.

Aseguran los firmantes que “Hernández Aguilar ataca con mentiras a Salvador Sánchez Cerén, omitiendo que éste, como maestro, formó generaciones que hoy son personas productivas y de bien”. Entonces, siguiendo la lógica de los ilustres indignados, caería en falsedad cualquier historiador que, por ejemplo, criticara las ejecuciones en masa propiciadas por Adolfo Hitler pero «omitiera» decir que en su época se organizaron unos espléndidos Juegos Olímpicos en Berlín. ¡Brillante argumento!

Por otra parte, las alusiones que hace el ex comandante Leonel González a su época de profesor rural son varias y muy puntuales en sus memorias. Luego de hablarnos de las tempranas actividades políticas en que se involucró, en la página 67 de su libro se responsabiliza, sin ninguna vergüenza, del trabajo de adoctrinamiento que llevó a cabo en una escuelita del cantón El Jocote (La Libertad): “(…) comencé a realizar labores en contra de la dictadura y del papel de los militares, analizando con mis alumnos la realidad del país. Muchos de ellos después se incorporaron a la guerrilla, a las FPL”. ¡Qué confiable «maestro» de generaciones!

En otra publicación patrocinada por el FMLN, esta vez en El Diario de Hoy, el candidato vicepresidencial aparece en varias instantáneas que lo reflejarían como una especie de ejemplo ciudadano, sobre todo en tres facetas de su vida: maestro, diputado y hombre de familia.

En una de las fotografías, incluso, lo encontramos junto al papa Juan Pablo II, con la siguiente leyenda: “Salvador Sánchez Cerén siempre está apoyado por su familia, es un grupo unido y con fe en Dios”.

En efecto, la familia completa del ex comandante se incorporó a la lucha guerrillera. Él lo dice con nitidez en el capítulo que dedica al tema en su autobiografía (pág. 91 a 102). Y va más lejos, porque aparte de reconocer que la unión con su esposa Margarita ha estado marcada por “cierta mística”, por un sólido “compromiso social y político”, deja entrever que esa entrega a la causa revolucionaria llegó a contemplar no solo el sacrificio de sus propias vidas, sino también las de sus hijos.

Calificar moralmente este tipo de decisiones no me concierne –no soy nadie para hacerlo–, pero es evidente que quien está dispuesto a asumir esta clase de riesgos ha llegado a niveles de convicción muy profundos, propios de una verdadera conciencia religiosa.

Marx denigró en sus ensayos al catolicismo porque lo halló culpable de «adormecer» a los pueblos. Le interesaba borrar de la mente de las personas su fe en Dios para sustituirla por una fe ciega en la «nueva religión»: la causa revolucionaria.

Por eso entiendo perfectamente que Sánchez Cerén haya elegido a un polémico teólogo de la liberación, Miguel D'Escoto, para escribir el prólogo de su libro.

Como es de sobra conocido en Nicaragua, D'Escoto se enfrentó al Vaticano en muchas ocasiones cuando fungía como canciller del primer gobierno de Daniel Ortega, hasta el punto que fue obligado a escoger entre la política y su ministerio sacerdotal.

La respuesta de este miembro de la congregación Maryknoll fue enfática: siguió ejerciendo sus funciones. ¿Y quién fue el Pontífice que recibió este desaire? Exacto: Juan Pablo II.

Mi respetuosa recomendación a los que se indignan por estas verdades es simple: pídanle a Salvador Sánchez Cerén que dé la cara. Defender con argumentos válidos a una persona que es incapaz de sostener sus convicciones de manera frontal, públicamente, como hacen los que no temen nada, es oficio vergonzoso.

Llamarme “plumífero” o insinuar que digo mentiras podrá ser un llamativo desahogo para algunos, pero todavía seguimos los salvadoreños sin escuchar de los labios del propio interesado, el ex comandante Leonel González, respuestas concretas e inequívocas. ¿Las tendremos antes del 15 de marzo? Es decisión del flamante candidato, no de sus aguerridos defensores.

Federico Hernández Aguilar
http://www.laprensagrafica.com/index.php/opinion/editorial/21793.html

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