lunes, 30 de marzo de 2009

GANADORES Y PERDEDORES (PASADOS, PRESENTES Y FUTUROS)

Sólo una terquedad rayana en el fanatismo negaría lo que casi todos los analistas políticos de El Salvador han dicho o escrito, a manera de colofón post-eleccionario, en las últimas semanas: el FMLN no puede asumir que la derrota de ARENA en los comicios del 15 de marzo es, por acto de magia, una reivindicación de su proyecto histórico. Esa sesgada lectura del mandato de los electores podría poner en peligro no sólo la gobernabilidad democrática, sino también la vigencia misma del FMLN como fuerza política de primer orden.

Basta leer el lucidísimo análisis que Napoleón Campos nos ofreció a los lectores de EL FARO, bajo el sugerente título de Victoria y después, para evitar caer en las interpretaciones simplistas. Estamos delante del más estrecho margen de diferencia porcentual, entre dos partidos mayoritarios, desde que nuestra historia democrática estrenó elecciones libres en 1984.

Pero también —hay que decirlo con todas sus letras— estamos delante de la más impresionante escalada en preferencias electorales que experimenta una bandera opositora desde que Cristiani y ARENA le arrebataron el Ejecutivo, en 1989, al PDC.

¿Podía el FMLN ganar sin Mauricio Funes? Parece quedar claro que no. ¿Necesitaba el ex periodista al FMLN para convertirse en candidato? Desde luego que sí. ¿Podía aumentar el techo del Frente, y en semejantes proporciones, sin la postulación de un candidato moderado, alejado de su trayectoria guerrillera? Todo parece indicar que no.

El partido, en consecuencia, fue el vehículo de un hombre que ha llegado al poder desvinculándose estratégicamente de él. ¿Habrá sido el candidato, por otra parte, el vehículo que el partido necesitaba para encontrar por fin la llave del éxito electoral y, una vez instalados, engrasar la maquinaria chirriante de sus propuestas de siempre, esas que asustaron a los votantes en tres contiendas anteriores? Está por verse.

Mauricio Funes “vendió” un concepto de cambio estable, dentro del sistema de libertades, afincado en un pragmatismo político bastante execrado por el FMLN histórico. Las posibilidades que tiene de convertirse en el reformador del Frente pasan por infinidad de obstáculos, muchos de los cuales no dependen exclusivamente de él ni de sus intenciones.

Sin embargo, me atrevería a adelantar que muchos sectores, incluso aquellos para los que Funes pareció al principio peligrosamente ambiguo, se sumarían con gusto a un proyecto que tuviera, entre sus principales propósitos, arrebatarle protagonismo a los radicales trasnochados de la izquierda salvadoreña.

A los trasnochados de la derecha salvadoreña los ha ido marginando la propia dinámica de ARENA, que ahora debe luchar contra las mezquindades y los personalismos más que contra las ortodoxias ideológicas o las desafortunadas invocaciones a la “pureza” doctrinal. De esto último, gracias a Dios, queda muy poco.

Los matices que mayor división causan ahora en la derecha nacional tienen que ver con posturas y aplicaciones, no con conceptos. Nadie pone en duda, por ejemplo, la necesidad de convertir al Estado en un vigilante interlocutor del mercado, de la misma manera que nadie está proponiendo que ello signifique, en la práctica, volver a aquella elefantiasis estatal que destrozó nuestra economía en los ochentas.

Pero el que los juegos de fuerza al interior de ARENA tengan, a la base, menos elementos ideológicos, tampoco significa que su responsabilidad histórica, como partido opositor, esté despojada de ambivalencias graves, profundas. Todavía me hace sonreír la amable “invitación” a callarme que algún personero del partido me hizo cuando aseguré, a través de mi columna quincenal en El Diario de Hoy, que quien había ganado la Alcaldía de San Salvador, el 18 de enero, no era ARENA, sino el candidato Norman Quijano.

Y aunque aquellas exhortaciones a la prudencia jamás fueron tomadas en cuenta por el grupo cercano a la campaña de Rodrigo Ávila, mentiría si dijera que no habían muchos más pensando como este servidor, aunque fueran pocos los que se atrevieron a publicarlo.

Los reduccionismos que dentro o fuera del FMLN llevaron a que un grupo de “intelectuales” recurrieran a un campo pagado para llamarme “plumífero” o acusarme de calumniador, habiendo cometido yo el “pecado” de reseñar críticamente la autobiografía de Salvador Sánchez Cerén —ahora Vicepresidente electo—, se diferencian muy poco de aquellos que, queriendo “defender” la ¿estrategia? de ARENA, me acusaron de estar alineado a la izquierda cuando dije, al principio de la campaña, que me avergonzaban los anónimos que circulaban en la Internet sobre Mauricio Funes.

A unos y a otros hay que enseñarles no sólo a debatir con argumentos, sino a demostrarles, con hechos, que es posible concebir la alternancia en el poder como una oportunidad de oro para la sensatez y la hidalguía.

¿Quiénes perdieron el domingo 15 de marzo? Los mezquinos, los que “patrimonializan” el Estado o las estructuras partidarias, los que se pudren en el radicalismo, los soberbios del ejercicio intelectual personalista. Y de esos todavía quedan bastantes, tanto alrededor del FMLN como de ARENA, pero quizá tengan sus días contados.

¿Quiénes ganaron? Los coherentes, los que no pretenden servirse ni de la política ni de la función pública, los que no compran ideas firmes al precio de la intolerancia ideológica, los intelectuales honestos que atacan los argumentos que creen erróneos, pero saben respetar a quien los defiende con honradez y nobleza. Y de estos, afortunadamente, hay muchos, tanto en ARENA como en el FMLN, y los hay más en la sociedad salvadoreña, que fue la gran triunfadora del proceso electoral que llegó a su fin el pasado 15 de marzo.

Federico Hernández Aguilar
Escritor

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