jueves, 26 de marzo de 2009

OTRA IZQUIERDA AL PODER

El triunfo de Mauricio Funes y la ex guerrilla del FMLN en las elecciones presidenciales de El Salvador abre la oportunidad de que el país supere dos pesados lastres que han limitado su madurez democrática: el continuismo y la polarización.
El camino luce difícil y complejo, pero las posibilidades de avance son reales.


Aún existen sectores marxistas intransigentes en el partido triunfante, y de derecha irreductible en la derrotada Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), que estuvo 20 años en el poder. No está claro cuál es la influencia real de Funes en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, al que se incorporó después de ser candidato; la desconfianza entre adversarios ha sido una constante, y el proceso electoral agudizó la retórica de choque.

Una economía en recesión, el temor de los empresarios, la fuerte exclusión social, la arraigada violencia y la imposibilidad de cumplir las expectativas de campaña complican el panorama. Así como podrían generar mayor pragmatismo en el gobierno, también podrían impulsarlo hacia medidas populistas o confrontarlo con presiones extremistas.

Pero, en medio de los escollos y riesgos, existen fuertes posibilidades de que se consoliden la alternancia en el poder y un mayor acercamiento entre adversarios.
Funes no sólo es un moderado. También quiere parecerlo y está haciendo lo posible por actuar como tal.

En el complejo arcoiris de la izquierda latinoamericana, busca inspiración y apoyo en el presidente Lula y su Partido del Trabajo, del que su esposa brasileña es representante en Centroamérica.

En su equipo de transición abundan los tecnócratas, no los cuadros de partido. Sus compromisos incluyen respetar la Constitución, la propiedad privada, la sensatez macroeconómica, la libertad de expresión y la integridad de las fuerzas armadas. Es algo con lo que, desde la oposición, el FMLN ha vivido por años.

En el Congreso y las alcaldías bajo su control, los ex guerrilleros han dado múltiples señales de realismo y disposición a negociar. Aunque no han sido capaces de una profunda revisión ideológica que desentierre sus raíces totalitarias, al menos han actuado al margen de ellas.

Más allá de sus intenciones, las realidades también estimulan la moderación.
Con 35 diputados, el FMLN estará muy lejos de la mayoría en el nuevo Congreso. ARENA, un partido minuciosamente organizado, dispondrá de 32; Conciliación Nacional (PCN), también de derecha, de 11; la centrista Democracia Cristiana (PDC), de 5, y Centro Democrático (CD), socialdemócrata, de uno.

Negociar será indispensable. Para aprobar o frenar legislación ordinaria, a cualquiera de los dos grandes le bastará con el apoyo del PCN. Pero para elegir magistrados de la Corte Suprema de Justicia y otros jerarcas de entidades de control, la mayoría calificada requerida obliga a los acuerdos entre el FMLN y Arena.

Las instituciones del estado, aún débiles, tienen mayor estabilidad que las de Guatemala, Honduras y Nicaragua.

Los empresarios ejercen sólida influencia, quizá excesiva. La economía, dolarizada, depende en enorme medida del mercado y las inversiones de Estados Unidos, y de las remesas que envían los salvadoreños residentes allí.

Funes ha declarado su intención de tener estrechas relaciones con Washington. El presidente Barack Obama ha respondido cálidamente: su rápida felicitación, la conversación telefónica de 15 minutos entre ambos y el envío a San Salvador de Thomas Shanon, encargado de la diplomacia hemisférica, para reunirse con el presidente electo, tienen importancia real.

Pasar de las intenciones y realidades a una nueva dinámica política, que abra camino a la alternancia normal en el poder, reduzca la polarización y, así, mejore el bienestar de todos requerirá mucha madurez compartida.

La oposición deberá entender que el mandato de Funes es de reforma profunda. El nuevo gobernante y su partido deberán actuar dentro de claros límites institucionales. Y las corrientes moderadas en ambos campos deberán esforzarse por controlar sus extremos.

¿Complejo? Sin duda. Pero la oportunidad que se abre es real y podría cambiar, para bien, el destino de El Salvador.


By EDUARDO ULIBARRI
Columnista de El Nuevo Herald

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